Σάββατο 20 Οκτωβρίου 2007

“LAS HERRAMIENTAS DE LA FILOSOFÍA”

Una verdadera crítica no es aquella que ve su formulación en el impetuoso afán de ofensa propio de las pasiones humanas; sino la que proviene de la libertad de emitir un juicio previamente raciocinado. Tenemos que del ejercicio reflexivo se gesta una nueva posibilidad, el cambio, o la continuidad dentro de un estado de omisiones y acciones, pero en éste caso ya raciocinadas, tanto en sus causas como en sus efectos, y es que la razón de esto radica, en que discerniendo y contemplando la realidad es como llegamos a distinguirla con mayor nitidez. Así posteriormente nos es accesible apreciar cada elemento que la conforma, desde lo más simple hasta lo más complejo. Reflexionar significa aceptar lo establecido no simplemente porque está allí, imponiéndosenos; en cambio, denota tomar aquello por sentado debido a que previamente hubo un trabajo intelectual donde el discernimiento fue el actor principal, o en su defecto, implica desechar cierta postura y asumir otra gracias al don de la reflexión dado por la naturaleza. Discernir significa distinguir una cosa de otra, apreciar las discrepancias y las similitudes, las relaciones y los fines últimos de los más cercanos, perecederos y (o) contingentes a los que me llevarán tales o cuales actos que yo cometiere o prescindiera de efectuar. El trabajo reflexivo consiste en ir más allá de la frontera de las apariencias, de lo evidente. Pensar reflexivamente es cuestionarse las cosas de modo sistemático, significa pasar del saber común a una verdadera actitud filosófica, donde a través de éste concurso ejercitamos el arte de ahondar en las cosas. Todo lo anterior se obtiene por medio de una genuina interiorización, mismo proceso, por el cual, el filósofo medieval San Agustín de Hipona abogaba. Para el de Hipona el hombre se caracterizaba, a diferencia de los animales (irracionales éstos), por ostentar una actitud de búsqueda asidua, que lo conduce a auto-transcenderse, a buscar más allá de sí mismo, ir de lo particular a lo universal. El punto de partida para la búsqueda de la Verdad no se encuentra en el exterior del hombre, sino en la intimidad de la conciencia. El pensamiento agustiniano emprende su andar de una llamada encaminada directamente hacia la genuina interiorización. De este modo “la verdad habita en el interior del hombre”. En la Grecia antigua Sócrates proponía el auto-conocimiento, el cual, es perenne un ejercicio necesario para llegar a un estado de plenitud en el hombre. Muestra de la exhortación hacia tal acto pronunciada por el filósofo griego, es aquella máxima que reza “conócete a ti mismo”.

El que reflexiona se ve a sí mismo. Hablando en un sentido etimológico la palabra reflexión proviene del latín reflectos, y significa la acción de encorvar, doblar o flexionar. En la ciencia fisica la palabra reflexión ostenta su significado cuando los rayos de luz que llegan de una superficie determinada al exterior de otra sustancia son devueltos de nueva cuenta con un ángulo igual al de incidencia, siendo éste el ángulo de reflexión. En la naturaleza del hombre se encuentra indiscutiblemente intrínseca la capacidad racional, al igual que el instinto, lo intuitivo, lo que se presenta de primera instancia (el aspecto sensible), y dado que la razón es el pilar fundamental de la reflexión, ello nos indica que el pensar de forma reflexiva es una capacidad que todo individuo puede actualizar. Todo ser humano está dotado de razón y por ello reflexiona. Siendo así la reflexión una propiedad del ser humano.

Igualmente, dentro del continuo flujo del día a día el hombre vive apegado al mismo sistema de acción: lo rutinario, lo cotidiano y esto no se debe, en general, a una actitud pragmática, o sea, funcional por práctica, sino que en su mayoría es producto de la irreflexión sobre la acción que se ejerce a diario. Basta con un cambio de actitud para cambiar los hábitos; por ejemplo, para Aristóteles la única manera de llegar a la virtud era por medio del habito, claro que para realizar ésta empresa había que reflexionar previamente, ya que las virtudes para el estagirita (Aristóteles) no son innatas, en otras palabras; no se engendran por naturaleza (por medio del nacimiento) sino por la práctica constante. Los hábitos nacen conforme a la diversidad de los actos, de ahí la importancia de acostúmbranos a pensar continuamente sobre los actos que realizamos y sobre nuestros propios contenidos mentales. “Ninguna de las virtudes morales sé engendrada por naturaleza… antes bien, la virtud se engendra en nosotros obrando conforme a las artes”, sentenciaba Aristóteles.

El principio del quehacer filosófico es la contemplación, ésta actividad tan pero tan enriquecedora para el espíritu, ha sido el alimento de muchos filósofos, que por medio de ella se han visto como “observadores desapegados”, capaces de analizar todo desde otra perspectiva, desde una óptica más amplia, la cual, les ha permitido hacer empleo de la crítica, pero no de la que ostenta la voluntad de ofensa, sino la que carga aguerridamente la libertad de juicio. No aquella Doxa vacilante que tanto aborreció Platón; la opinión. Me refiero al juicio que es producto de la experiencia generadora de conocimiento, todo ésto resultado puro y sincero de la contemplación; es decir, la episteme o conocimiento en sí mismo

Conocida es la narración que menciona que Tales de Mileto, al que se considera como el primer filósofo occidental, tropezó por ir contemplando las estrellas. Tan afanado se encontraba observando la bóveda celeste que no logró ver lo que había debajo de él y por lógica consecuencia cayó en una zanja, gracias a esto la mujer que lo acompañaba rió en tono sumamente burlón. Aquella dama pudo esquivar el agujero donde cayó Tales porque ella no se hallaba contemplando las estrellas. Esto es muestra clara de la sensibilidad que pide a gritos la llegada de la contemplación, pues el viejo Tales tropezó por asombrarse de algo tan simple pero de igual manera tan mágico como para cautivar sus sentidos. Como los niños que se muestran asombrados ante todo lo que se encuentran a su andar, como si la capacidad de asombro se aunara, es más, como si fuese intima cómplice de la pureza. Los niños son puros porque en cierto sentido están libres de formular prejuicios, su mente no contiene aquella noción arquetípica de la realidad, tampoco le temen al ataque social, por tanto son libres de tomarse el tiempo para contemplar, para respirar con cadencia, cosa que el adulto no hace, idea que a veces, ni le pasa por la cabeza. Contemplar significa dar alma, unirse con algo sin perder la identidad. Podemos afirmar que el acto contemplativo como decía Aristóteles: para el hombre será, ya que los demás vivientes no participan de la felicidad –en el sentido aristotélico-; a mayor contemplación mayor felicidad, siendo la felicidad el fin último de los actos humanos. También en las culturas orientales podemos distinguir como la contemplación es un elemento imprescindible para conseguir una verdadera y profunda interiorización, un ejemplo de ello es la meditación.

Así, tenemos entonces, que todo problema es una pregunta racionalmente fundamentada, y todo conflicto resulta ser una limitación dentro del rango perceptivo. De éste modo notamos que la ejercitación asidua de diversas “herramientas” inherentes al hombre como lo son: el acto reflexivo, el discernimiento y la actitud contemplativa -herramientas básicas éstas para hacer filosofía-, nos proporciona un compendio innumerable de satisfacciones, pues así nos hacemos más conscientes de nuestro entorno, pero lo que resulta más relevante, nos hacemos más conscientes de nosotros mismos. De todo esto lo que deseamos acentuar es que; a medida que ejercitamos el auto-conocimiento trascendemos.
Roberto Fernando Tarratz Rodríguez

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