Πέμπτη 3 Σεπτεμβρίου 2009

ISELA.

Estábamos sentadas en un café, eran las seis de la tarde y su bebe ya estaba aburrida. Nunca me imagine que se llegara a embarazar, mucho menos que llegue a ser lo que consideramos como una “madre”.

Cuando llegue a la hora de la cita las vi en una mesa, irradiantes de vida, como si tuvieran la certeza de un destino asegurado y programado. Karina cargaba a su niña de un año en las piernas, la bebe era blanca, muy blanca, de ojos azules y el cabello brilloso, era un sol viviente.

Después de un rato de plática como se esperaba, me anime a cargar a la nena. Me sonreía y me sentí aliviada, contagiada de esa confianza que respiraba a lado de ellas.

Al poco tiempo de pagar la cuenta decidimos retirarnos, pues ya empezaba a anochecer y Karina tenia que ir a casa de una prima, pues le iba a prestar unos libros de cocina. Las abrase y les deseé lo mejor, quede sentada y mientras se alejaban veía la larga cabellera de Karina ondulándose por toda su espalda.

Pedí un vaso con agua, lo bebí rápido y fui a caminar.

Pase por una fábrica donde una mujer de overol me saludo -¡¿Y ese milagro?!-, -solo paraba por aquí- le respondí de manera atenta.

Isela tiene una mirada picara que nadie puede resistir, es algo extraña pues su manera de relacionarse es como un elástico, no sabes en que momento después de tanto estirón se romperá.

Recuerdo que después del saludo entre a una oficina y me rodeo con sus brazos, me beso. Yo con los ojos bien abiertos, estupefactos, miraba su rostro tan de cerca, tan vulnerable que no pude evitar igual abrazarla.

Isela es arquitecta, tiene una compañía conformada por amigos de la universidad. Esa noche estaba esperando a un ingeniero.

De pronto me hallaba en el piso tirada entre un escritorio y una copiadora e Isela encima mió, nos besamos de manera incontrolable, sus manos las sentía pasar por tomo mi cuerpo y sus risas las creía mías.

-¿lo hacemos?- me dijo, yo le explique mil razones por las que no era bueno “hacerlo” ahí.

-mejor mañana…. ¡ah! no, tengo escuela, el miércoles esta…-

Así me la pasaba dándole pretextos mientras su cuerpo todavía cubría el mío.

Me miraba con cara de asombro, de ternura, incluso podría decir que de enojo, pero lo que siempre he dicho que es lo hermoso de ella son sus ojos negros juguetones, incitándote a hacer lo impensable e imaginario, queriéndote poseer y desnudarte solo con esa mirada picara muy de ella.

A veces me pregunto que habría pasado si lo hubiéramos hecho ahí en el piso de esa oficina desconocida para mi, me siento arrepentida y se que no la voy a ver seguido como antes pero no es inalcanzable, algo me dice que el miércoles siempre estará pendiente para las dos.

Me imagino muchas veces caminando con ella hacia su casa, en la calle con ella, riéndonos de la travesura de la noche, cómplices.

Ella abre la reja, me toma de la mano y me lleva hacia la puerta de su casa, es de noche y llueven flores en su casa. Isela me besa y tras de nosotras la puerta va cerrándose lentamente.

Τρίτη 1 Σεπτεμβρίου 2009

Mascaras 1- de hierro

¡Dura máscara de hierro ocúltame de los peligros de todos los días! -, el grito de un joven desde dentro de un palacio se oyen, -llamad al herrero, sabiduría de Hefestos, que el fuego voraz devore mis gestos y el duro metal construyo uno nuevo-.
La gente murmuraba al escuchar esos macabros lamentos, pero en el fondo admiraban la locura descarriada de ese alarido lamento, y que hombre no se preguntaba -¿quién es este loco que grita con gran llamarada?, ¿será acaso un loco de pasada?”- ; y la gente murmuraba mientras el otro reposaba.
Al final del día la gente huían a sus moradas, el gran sol iba extinguiendo su barricada, luz y sombras, toda se transformaba; “¡la hora de los muertos!, y es que de los muertos no sé nada, pero al caminar entre las sombras uno acaba convencido, ¿de qué sirve la gran parca?”.
Recostado en un árbol de ceiba, se encontraba el Enamorado, aquel loco que le vida le arranco el velo y la máscara, gemía con tal angustia, pero feliz le parecía aquella fría noche, y la noche de los espantos aparecía, -Acercateeee…vennnn-, le decía con voz murmurante, pero el darle la noche la fuerza que quería, miraba con incredulidad aquella belleza tibia, -que quieres mujer, espanto mío, no vez que espero la llegada del tártaro-, exclamaba con ojos saltones –que me preocupan tus encantos ¡diosa mía!, -se detuvo- ¡Ay, ay de mi! que cosa tan sencilla, sino fuera porque caigo cada vez más profundo, ten por seguro te seguiría ¡que más da una armadura de acero y una máscara de hierro! Te pediría con la misma condición, te pediría, pero tú, diosa del espanto, no lo comprenderías-, la Xtabay se retiraba triste, miraba a lo lejos los insultos que se le proferían y viajaba la diosa, como lo hizo el sol siguiendo el día.
Los gritos proseguían un ¡ay!, ¡uh!, lamentos y sollozos se escuchaban, ¡que gran alegría!, parecía dos gatos en celo o una perra aullando sin dueño. Que dulce es cuando llega la estrella fugaz en el cielo prometiendo un deseo cumplido con posterioridad y esmero, de igual forma llego el herrero cansado y con una antorcha en la mano derecha y una gran bolsa sostenida en el hombro izquierdo, -Tu niño llorón, mujer sin varón, solterona, triste tirano he venido a cumplir tus caprichos, una gran máscara de hierro te he traído -le dijo con tono grandilocuente- tómalo ahora ¡largo! No vaya ser que mi compasión se transforma en dulce venganza, el viejo y joven se miraron consternados, luego colocaba los ojos al cielo, el éxtasis histérico de un santo imitaba, regalo divino, inspiración tocaban sus puertas, expiación. Luego volvió miro la máscara y dijo –Máscara de hierro, tan resistente y tan blanda como las demás, transfigura mi aspecto, fundes y ocultas mi rostro en tus pliegues, me espanto cobardemente- dirigiéndose al herrero- mírame herrero ¡yo soy el fuego! Volcán Vesubio. Popocatepelt infernal, legiones y legiones de seres habitan en mi, salen de mi boca y yo que pido una máscara de hierro cuando he derretido y destruido todo lo que creo, - se detiene cesando y continua- es hora de destruir el último hielo y encender ese espíritu implacable; dragón que escupes agua y fuego, ¡conviérteme en éter, en vapor eterico que me lleve a la última morada!, ¡déjate de lamentaciones borracho mío! –Dirigiéndose al herrero nuevamente- agradezco tus intenciones gran artesano del hierro, que la sea tierra tu amiga y te ofrezca los metales que tú necesitas, piedra, hierro, bronce, plata y oro, y que el cielo te despierte todos los días. Ahora- luces llenan la escena- yo soy el día, Titán Oceánida, Diablo y Dios, Cronida, llévame a mi última morada a las grandes estrellas, soy Zaratustra, Yalaiah, un Horus alado, un Hub-Nab Ku sagrado, ¡vuelen mariposas! –un estruendo llena ahora la escena ahora con una luz blanca intensificada, y con un tono melancólicamente dulzón, amanerado dijo- vuela péquela avecita, que tu destino está aquí lejos todavía… –se detiene todo, hay una calma repentina sin luces sin ruido, un eco de la escena de anterior queda en los aldeanos que murmuraban confundidos. El herrero pasmado con los ojos desmesuradamente abiertos, mirando la máscara con sus ojos vacios, la boca fría y color azul, la piel gris y dura, un poco derretida, en medio parado en un gran círculo, angustiado grita muy airado –Dura máscara de hierro ocúltame de los peligros de todos los días…