¡Dura máscara de hierro ocúltame de los peligros de todos los días! -, el grito de un joven desde dentro de un palacio se oyen, -llamad al herrero, sabiduría de Hefestos, que el fuego voraz devore mis gestos y el duro metal construyo uno nuevo-.
La gente murmuraba al escuchar esos macabros lamentos, pero en el fondo admiraban la locura descarriada de ese alarido lamento, y que hombre no se preguntaba -¿quién es este loco que grita con gran llamarada?, ¿será acaso un loco de pasada?”- ; y la gente murmuraba mientras el otro reposaba.
Al final del día la gente huían a sus moradas, el gran sol iba extinguiendo su barricada, luz y sombras, toda se transformaba; “¡la hora de los muertos!, y es que de los muertos no sé nada, pero al caminar entre las sombras uno acaba convencido, ¿de qué sirve la gran parca?”.
Recostado en un árbol de ceiba, se encontraba el Enamorado, aquel loco que le vida le arranco el velo y la máscara, gemía con tal angustia, pero feliz le parecía aquella fría noche, y la noche de los espantos aparecía, -Acercateeee…vennnn-, le decía con voz murmurante, pero el darle la noche la fuerza que quería, miraba con incredulidad aquella belleza tibia, -que quieres mujer, espanto mío, no vez que espero la llegada del tártaro-, exclamaba con ojos saltones –que me preocupan tus encantos ¡diosa mía!, -se detuvo- ¡Ay, ay de mi! que cosa tan sencilla, sino fuera porque caigo cada vez más profundo, ten por seguro te seguiría ¡que más da una armadura de acero y una máscara de hierro! Te pediría con la misma condición, te pediría, pero tú, diosa del espanto, no lo comprenderías-, la Xtabay se retiraba triste, miraba a lo lejos los insultos que se le proferían y viajaba la diosa, como lo hizo el sol siguiendo el día.
Los gritos proseguían un ¡ay!, ¡uh!, lamentos y sollozos se escuchaban, ¡que gran alegría!, parecía dos gatos en celo o una perra aullando sin dueño. Que dulce es cuando llega la estrella fugaz en el cielo prometiendo un deseo cumplido con posterioridad y esmero, de igual forma llego el herrero cansado y con una antorcha en la mano derecha y una gran bolsa sostenida en el hombro izquierdo, -Tu niño llorón, mujer sin varón, solterona, triste tirano he venido a cumplir tus caprichos, una gran máscara de hierro te he traído -le dijo con tono grandilocuente- tómalo ahora ¡largo! No vaya ser que mi compasión se transforma en dulce venganza, el viejo y joven se miraron consternados, luego colocaba los ojos al cielo, el éxtasis histérico de un santo imitaba, regalo divino, inspiración tocaban sus puertas, expiación. Luego volvió miro la máscara y dijo –Máscara de hierro, tan resistente y tan blanda como las demás, transfigura mi aspecto, fundes y ocultas mi rostro en tus pliegues, me espanto cobardemente- dirigiéndose al herrero- mírame herrero ¡yo soy el fuego! Volcán Vesubio. Popocatepelt infernal, legiones y legiones de seres habitan en mi, salen de mi boca y yo que pido una máscara de hierro cuando he derretido y destruido todo lo que creo, - se detiene cesando y continua- es hora de destruir el último hielo y encender ese espíritu implacable; dragón que escupes agua y fuego, ¡conviérteme en éter, en vapor eterico que me lleve a la última morada!, ¡déjate de lamentaciones borracho mío! –Dirigiéndose al herrero nuevamente- agradezco tus intenciones gran artesano del hierro, que la sea tierra tu amiga y te ofrezca los metales que tú necesitas, piedra, hierro, bronce, plata y oro, y que el cielo te despierte todos los días. Ahora- luces llenan la escena- yo soy el día, Titán Oceánida, Diablo y Dios, Cronida, llévame a mi última morada a las grandes estrellas, soy Zaratustra, Yalaiah, un Horus alado, un Hub-Nab Ku sagrado, ¡vuelen mariposas! –un estruendo llena ahora la escena ahora con una luz blanca intensificada, y con un tono melancólicamente dulzón, amanerado dijo- vuela péquela avecita, que tu destino está aquí lejos todavía… –se detiene todo, hay una calma repentina sin luces sin ruido, un eco de la escena de anterior queda en los aldeanos que murmuraban confundidos. El herrero pasmado con los ojos desmesuradamente abiertos, mirando la máscara con sus ojos vacios, la boca fría y color azul, la piel gris y dura, un poco derretida, en medio parado en un gran círculo, angustiado grita muy airado –Dura máscara de hierro ocúltame de los peligros de todos los días…
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