Δευτέρα 7 Δεκεμβρίου 2009

DE LA EXPERIENCIA INDIVIDUAL DESDE LA JUVENTUD HACIA LA CAPTACIÓN Y CONCIENTIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS EN EL ADULTO MAYOR



“La juventud es el momento de estudiar la
Sabiduría; la vejez, el de practicarla”

ROUSSEAU



A simple vista parece elemental decir que cuando se es joven se vive para aprender y que cuando se envejece se ostenta el saber, se ha desvelado el “secreto” de la vida, pero da la impresión de que comprender esta sentencia a profundidad no es algo sencillo, porque, por un lado, si bien es muy cierta, no es absoluta, y en las circunstancias que imperan en nuestros días la verdad a la que se refiere se ha opacado en grado sumo. Hay un punto medular en la observación del filósofo Frances Rousseau citada anteriormente, en efecto, se refiere al hombre y a su conciencia, pues en esta última se guarda aquel conjunto de conocimientos que nombramos saber. Quiero ahora ligar la idea de la conciencia y del hombre a lo que por naturaleza le pertenece a éste, o sea, sus derechos al participar de la humanidad. Ciertamente en los derechos humanos el valor central radica o se desprende de la propiedad de participar de la humanidad, del hecho mismo de ser hombre. Su estima es pues una investigación que parte de nuestra propia humanidad, del vivir como hombres y su continuo significado. Así la comprensión de lo que somos vive y adquiere significación en el vivir, pero más allá de ello en el hacernos concientes de ese vivir.
De este modo la vida es una investigación personal en su sentido individual, concreto, y en un punto de partida epistemológico se da en la realidad, la cual podría entenderse de primera instancia como todo aquello que no soy yo, y darle así un peso axiológico, y en ocasiones ontológico a esa misma realidad desde mi concepción. De esta forma, lo que aquí nos interesa es pues reflexionar sobre los derechos humanos en el adulto mayor desde una óptica filosófica, aunque el ejercicio intelectual sobre los derechos humanos es ya de entrada un quehacer bien filosófico.
El tiempo es fuerza inefable para unos, para otros hálito divino, y para otros tantos es un neta sucesión de instantes cuantificables que brindan lo que percibimos en la cualificación de nuestras vidas. El sentido de la palabra vivir no es mero aspecto nominal, sino que en su comprensión sensible, vivir es estar, apreciar lo que vale; así lo vívido, lo consigo apreciar mayormente con un sentido reflexivo, cuando rememoro lo que he realizado; un vistazo atrás y digo, mira allí estuve, hice, deshiciese, y volví a efectuar. Como dice la voz del poeta, amé y fui amado. Amado Nervo esboza en su poema titulado En Paz una reflexión poética que ejemplifica a buen modo lo propuesto anteriormente. La vida se comprende en retrospectiva, es decir, las situaciones carecen de valor, más la significación que les doy es lo importante.
Ahora bien la figura del adulto mayor, es un símbolo milenario, un arquetipo de saber en casi todas las culturas del orbe. Sólo se requiere dar un vistazo a los cuentos chinos, que narran en sus líneas la vida del sabio anciano, es más, parece que lo anterior es ya un pleonasmo. Pues en Oriente decir sabio es referirse casi siempre a un anciano, el cual, con su experiencia más que enseñar, comparte con su presencia y acciones el conocimiento adquirido a base de haber llevado más tiempo respirando. Que decir de la sabiduría de los viejos en los pueblos nativos de América. En toda esa línea de ideas quiero decir enunciándolo coloquialmente, que más sabe el diablo por viejo que por diablo, como sentencia la sabiduría popular. Quiero anudar esto a la frase del filósofo español José Ortega y Gasset que acentúa el espíritu presto e ideal de los noveles; “Individual o colectiva, la juventud necesita creerse, a priori, superior. Claro que se equivoca, pero éste es precisamente el gran derecho de la juventud: tiene derecho a equivocarse impunemente”. En este sentido se nota claramente el contraste general con la ancianidad, y es que por su parte la juventud es campo de experimentación, de oportuna formación y gestación del carácter. Entre más joven es uno, lógico es pensar que más oportunidades se tienen para mejorar.
En todo esto entra ya la reflexión, el dar ánimo particular a las cosas con una actitud de investigación, que a su vez puede ser la llave al constante encanto hacia la vida, para así replantearnos el significado que le hemos asignado a las situaciones que forman nuestro ambiente. Es que toda la vida del hombre, si se le entiende como un ciclo, es relevante, cada etapa es una parte del todo que conforma el proceso del desarrollo de la vida humana en su aspecto individual. La juventud importa, la vejez también. Cierto que el aprendizaje es incesante, que la madurez no equivale a la edad, pero los años de experiencia importan, y mucho, pero más que ello, lo relevante aquí, en estas líneas, y en la vida toda, es ante todo el respeto, esa actitud que al hacerse presente propicia el entorno ideal para la convivencia fraterna y el inigualable entendimiento entre los hombres.
En este orden de ideas, nos toca ahora abordar el tema de la discriminación, un actitud, frecuente, por doquier vemos comportamientos de disonancia y agresiones. El olvido de nuestra naturaleza de igualdad es el actor principal en la obra del día a día, que lastima, que sea así. La fraternidad esta lejos de ser habitual y los hombres de cualquier género y escalafón social, edad, este último tema que aquí más nos atañe, muestran de continuo tendencias a la violencia. Se discriminan a muchos grupos, obviamente más a las minorías, pero no sólo a estas sino también a los que carecen de fuerza o poder, aunque sean mayoría. Recuerdo esa frase de Locke, “todos los hombres son iguales, pero unos son mas iguales que otros”. Como olvidar a Hobbes con su, “el hombre es el lobo del hombre”. Esas ideas de filosofía moderna, las que abrieron las discusiones políticas de índole explícita y dieron vida a revoluciones y democracias, y una que otra utopía, pero ninguna como la de Moro.
Es menester entonces usar las herramientas filosóficas innatas que hay en el hombre, para encontrar nuestro rol como seres participes en la sociedad, de esta manera cooperar y dejar de lado las competencias y apreciar en su justa medida a nuestros congéneres. No esta de más exhortar al estudio continúo de uno mismo, desde lo sensible hasta lo más abstracto. Los jóvenes deberíamos ser propositivos, entusiastas, dinámicos, y ante todo creativos. “La imaginación es más importante en ocasiones que el conocimiento” defendería ya hace tiempo Albert Einstein, lo es por que así yo puedo adentrarme a otro mundo de saberes insospechados, al igual que el “yo sólo se que nada se” socrático, siempre hay que estar abierto al continuo aprendizaje. Los jóvenes de la actualidad tenemos el papel de apreciar a los adultos mayores, y recordar aquella frase de sabiduría popular, que no por ser popular deja de ser sabiduría; “como te ves me vi y como me ves te verás”. Esto recalca una cosa, ese aspecto de la otredad. El otro es mi espejo en el me identifico, me reafirmo. Los mayas se saludaban si no mal recuerdo diciendo; yo soy otro tu, esperando que el otro respondiera, tu eres otro yo. Nos corresponde a nosotros entonces, y aquí recalco, sobre todo a la juventud, poner en pedestal las cualidades propias del hombre, cosas que por su naturaleza de verdad lo merecen, a saber; la curiosidad y el asombro, elementos innatos por su puesto. Cierto que entender a la juventud pende del sector cultural en el que nos desenvolvemos y más del momento histórico en el que estemos sumergidos, pero la juventud no sólo se aborda desde el entendimiento, la juventud se siente, se vive, es acción ligada al pensamiento conciente, lúcido y llevada por las alas de esperanza. Creo que las siguientes palabras de Goethe ejemplifican el valor de llegar a la edad adulta y de apreciar la dignidad que habita en ese estado de la vida humana; “Guárdate de lo que anhelas en tu juventud porque lo obtendrás en la madurez”.
Recuerdo que mi abuelo una vez me dijo con ese tono, en parte estereotipado, y por otro tan emotivo, que la percepción de una imagen repetitiva se desvaneció en la incomunicabilidad, la singularidad de ese momento: En esas viejas caminatas del parque a la casa siempre pensaba en el futuro, y a la vez lloraba porque creía en un cierto pasado y reprochaba por su partida. También amaba un presente, que ahora es mi pasado. Con el tiempo descubrí que poco importa lo ocurrido sino más lo valorado, lo asimilado y comprendido. Mi presente fue aquel futuro, ya pasado, porque el tiempo es en sí mismo un flujo indivisible, un continuo, mero y neto devenir. Si de algo estoy seguro es que siempre intuí la experiencia milenaria de ser uno con cada la nada. Entiéndase, pues, de ser tiempo eterno que se disuelve en el instante. Lo anterior lo saco a colación porque gracias a él me surgió el gusto por la filosofía, su figura de edad fue para mi un ejemplo a seguir en un camino de aprendizaje apenas emprendido.
En una ocasión Mohandas karamchad Gandhi, mejor conocido como Mahatma Gandhi, dijo a modo irónico, “La gente se arregla todos los días el cabello, por qué no el corazón”?, aludiendo a la sensibilidad en cuanto a la vida, al respeto de la vida de otro ser humano, y a sus derechos. Gandhi fue líder político y espiritual de la India en un periodo comprendido hacia mediados del siglo XX, eso es bien sabido, pero su peculiaridad fue la metodología que utilizó para conseguir su cometido. Este hombre consiguió por medio del diálogo y con el poder de una voluntad flexible empapada de sentido común, velar por los derechos de un pueblo, respetando también de los derechos de sus opresores. Y es que, si bien, los derechos del hombre se fundamentan en la razón, su aplicación radica en una sensibilazión, encaminada a la consideración de nuestros semejantes. Aunque el otro se presente como enemigo, o en apariencia, distinto a mi, es un hombre, y por el hecho de existir se hace acreedor al respeto de su igual. Talvez esta es una muestra del ideal de los derechos humanos, a saber, presentar un respeto total hacia la vida y la dignidad del hombre sin importar cualquier aspecto externo que nos haga parecer diferentes. Fácil enunciarlo, pero la realidad nos pinta lamentablemente un panorama distinto. Una problemática inicial en este tema es que, actualmente, todavía se sigue atenuado la aplicación o hasta el conocimiento de lo que le es propio al hombre. Si bien el concepto de la dignidad del hombre es relativamente nuevo, la realidad a la que se refiere no conoce periodo histórico. La educación hacia el respeto del adulto mayor viene desde que uno es pequeño, por ejemplo, las figuras emblemáticas de los abuelos como ya cité anteriormente. Los abuelos se nos muestran como aquellos que tienen un carácter endeble, una compresión superior y un amor para con el nieto en demasía. En lo personal en mi vida, viví, y vivo a estas figuras, a estos seres humanos que con entrega muestran un cariño incomparable, y un cúmulo de enseñanzas imprescindibles, donde con ello hacen que los nietos, cada uno a su manera de lo mejor de sí.
Lo anterior lo podemos relacionar, con los derechos humanos, más en amplitud acentuando la idea evidente, pero no por ello demeritada, de que el respeto hacia los seres sensibles, y específicamente hacia los seres humanos es algo que tiene que hacerse presente a todo momento, sin importar región o circunstancias, sean éstas, sociales o políticas. Resulta entonces, una imperiosa necesidad el conocer lo que nos corresponde en tanto que participamos, todos nosotros, de la humanidad. Cada uno de los hombres puede, por su racionalidad, comprender, la naturaleza de las cosas. En nuestra constitución natural está la facultad de discernir de entre lo que nos afecciona, qué nos ocasiona un daño, ya sea físico, moral, psíquico entre otros, y qué es lo que proporciona una completa satisfacción; o sea elegir entre una y otra opción. Asimismo, de entre todos los conocimientos que puede el hombre acumular a lo largo de su vida, tal parece que uno de los más importantes, sino el más relevante, es el que comprende en esencia la realidad del hombre, o sea, el estudio concienzudo de la naturaleza humana. Esto significa entonces hablar de una investigación del individuo racional, desde una óptica que abarque sus primeros principios y sus últimas causas, entendiendo al ser humano como un ser bio-psico-social-trascendente, pues por lo menos así se manifiesta. Justamente eso es poner en pedestal, concientizar ya el valor de ser un hombre, la conciencia de sí, y de mi proceso de auto-conocimiento, mi desarrollo como ser humano. La vida se comprende viviendo. Queda claro si el sano entendimiento no falla, que la figura del adulto mayor es representación, del saber, o más concretamente del hombre de experiencia.
Para visualizar lo anterior desde un enfoque filosófico, tenemos que hacer un ejercicio, lúdico de reflexión, de neta introspección. Entonces, ahondar en la naturaleza del hombre nos demanda enfocarnos en los aspectos que desde el nacimiento de cada individuo de esta especie le son propios y que no mutan con el tiempo. El hombre ciertamente es un ser dotado de libertad, lo es por su conciencia, lo es en su libertad axiológica, elige los valores desde su interior. Evidentemente, atendiendo al sano juicio, la persona humana tiene derecho a la vida, a no ser privada de su hálito continuo por otro ser humano que comprenda por su capacidad racional tales derechos. Todo derecho supone e implica una obligación, ésta es la formula que nos proporciona una real y empática interacción con nuestros congéneres. Los hombres son iguales por natulareza porque comparten la misma esencia, la misma forma, sobre todo por ostentar el asombroso potencial humano, el cual es vasto, y aunque es distinto en cada uno, tal facultad existe en todos. Los seres humanos somos diferentes en los aspectos periféricos, en lo accidentes, tenemos diversos roles, lenguas, creencias, pero no es así en lo que nos hace humanos, es decir, en la capacidad de reflexionar sobre nosotros mismos, el punto donde nos adentramos hacia la compresión del mundo, de nuestras relaciones con los demás, tenemos libre albedrío y capacidad volitiva. A nosotros como seres sociales nos es imprescindible tener algún tipo de relación interpersonal, de ellas nos nutrimos. Del diálogo tomamos de la realidad y nos enriquecemos. Siempre, las relaciones de filialidad y de concordia son las que engendran ambientes que si no es en corto, en largo plazo, serán prósperos y sendos para el sano esparcimiento de más sujetos de cualquier edad y género. En cada uno donde se encuentra participada la idea de hombre está expreso el deseo de encontrar la felicidad, de albergar en nuestro entorno y en nosotros una nítida paz y armonía.
El hombre es harto complejo si lo vemos sólo a detalle, únicamente en sus partes, distando así de la idea de lo que son los hombres en conjunto, la humanidad. Sin bien la humanidad es la noción universal de la individualidad humana, denota por sí las propiedades ontológicas que le competen al ser humano. Por eso la única forma de respetar a los seres vivos, y específicamente al hombre se gesta en la interioridad humana, no en la imposición ideológica, externa, sino en la reflexión profunda, ya sea espontánea o sistemática. En pleno siglo XXI los augurios para la raza pensante son muchos y estos se dan como en la ética, o sea, dependiendo de lo que pensemos acerca de qué es el hombre. La esperanza de un futuro próspero está en un presente conciente y en un pasado reinterpretado y reivindicado con las pautas de una conciencia comprensiva, analítica, plagada de un tono de concordia, de universalidad, y de fraternidad. Esto es, conociendo, pero ante todo abogando por los derechos del ser humano. Para que podamos respetar a la gente adulta tenemos que concretar primero ese maravilloso ejercicio axiológico sobre nuestra persona, y partiendo de tal punto encaminarnos hacia la sintonía de la concordia para con el hombre ya entrado en años.
Si nos metemos en un campo epistemológico, que lo creo pertinente, porque así podemos muy someramente trazar el principio de la problemática que genera la escasez de estima hacia el adulto mayor, hablando en términos específicos, ocurre pues, que la noción que se presenta con mayor frecuencia de realidad es, a saber, todo lo que está aparte de mí. En ocasiones eso provoca que nos desentendamos del sentir común, de aquellos que se encuentran al lado nuestro y que comparten con nosotros desde un hogar hasta un planeta. Es común que vivamos con nuestra mente y atención en un reducido espacio, en un entorno, lo que se me presenta de primera mano, mientras que en lugares distantes del globo terráqueo acaecen tiranías, penurias, hambrunas y cosas casi inimaginables para el claro entendimiento. La empatía, la sensación de sintonía, por qué no, de solidaridad, nos pueden hacer vivir lo que a determinada persona le aflige. El sufrimiento humano es en efecto una realidad milenaria. El afecto y la demostración de un sentido altruista, aunque no han imperado también han hecho acto de presencia. La desigualdad entre los hombres se ha engendrado desde la conciencia, desde una noción limitada que ha dado como fruto una despiadada, y al llegar a lo bélico, una cruenta indiferencia. Somos seres que contamos con una amplia gama de posibilidades para desempeñarnos, para dar de nosotros al mundo. En la interacción con mi semejante acceso a otro mundo, aprehendo de su visión. Por ello cada uno tiene algo que aportar, por ser irrepetible. En nuestra experiencia individual es como podemos conocer a ciencia cierta lo que significa ser un ser un ser humano. Cada individuo vive una experiencia de vida particular conforme a sus circunstancias. Por lo anterior es importante acentuar qué es lo que nos coloca en una posición de igualdad, sin importar nuestras diferencias externas o de pensamiento, de creencia.
Pienso, desde mi humilde opinión e inquieto entender, que si queremos crear una conciencia real sobre los derechos humanos debemos enfatizar la importancia que tiene el estudio de las humanidades. Abocarnos hacia el diseño de programas y planes para la concientización de ese desarrollo humano tan necesario en nuestra cultura. Cierto que para ello hay que ser concretos, porque el hombre se compone de lo ideal y de lo fáctico. Es justamente aquí en esto último, donde manifestamos un estado mental o emocional, donde orquestamos nuestra vida. Por ejemplo, la ética, es ciencia que busca fundamentar o regular el comportamiento de los actos humanos. La libertad, la voluntad y la conciencia, son atributos que todos tenemos, lo que cambia entonces es hacia donde proyectamos nuestras acciones. La conciencia es la base del proceder, en ella radica el sentido que le damos a nuestras acciones y por ende a la forma como aplicamos ya, los valores, si los manifestamos o no, y si más que tener noción de ellos, los hemos vibrado, vivencializado. De esta forma, se observa como se da la toma de conciencia, pero ante todo el proceder esencial acerca de lo derechos del hombre, o sea, desde una valoración, desde un instante reflexivo. Desde las distintas corrientes éticas que han pululado, tanto en la antigüedad, no sólo en Occidente sino en Oriente, como en nociones y tendencias actuales, siembre se ha buscado la forma correcta de vivir. El hombre como ser destinado a la acción no puede prescindir de la pregunta que intenta responder qué debo hacer. La importancia esta en que los valores se aprenden tanto conceptual como vivencialmente. En el concepto sólo captamos las definiciones, en la vivencia vibramos el valor, lo valoramos, lo asimilamos. El punto citado con antelación es medular, sólo se comprende la importancia del valor, sino siempre, casi siempre, viviéndolo. Podría ser, lo ponemos aquí como una especie de lluvia de ideas, que si se trabaja sobre dinámicas de interacción, de ejemplificación del por qué todas y cada una las etapas de la vida son importantes, de cómo es el proceso de cambio y aprendizaje en el ser humano, las personas, y enfatizo una vez más, lamento ser tan general en ocasiones y reiterativo, pero es un elemento básico para que esto sea filosófico, los jóvenes en concreto, porque es desde la juventud donde se dan los cimientos de esta noción, captarían con precisión tal cumulo de nociones. El joven debe apreciar en esencia que es el decoro humano, desde la vivencia no desde el concepto o la norma, y en este sentido porque el adulto mayor es acreedor de ambos puntos en su correspondiente asignación acorde a lo que nos se referimos en esta breve reflexión. De esta forma es que comprendiendo aquellos bienes culturares recibidos en la vivencia, es como integramos nuestra formación como seres humanos, es decir, los valores en su aspecto conceptual, pero sobre todo vivencial son parte integral de nuestro aspecto normativo, de nuestra conciencia. El hombre como ser volitivo ostenta conjuntamente la posibilidad, presenta un cúmulo de elecciones para decidir sobre su futuro.
Es así como se demuestra que todo aquel que vea a su congénere como enemigo, como inferior, con aberración, repudio, o algún sentimiento negativo sólo proyecta un visón escasa o parcelada de la magna especie, capaz, si se lo propone, de realizar grandes empresas como unirse solidaria y desinteresadamente después de que se han suscitado desastres naturales o calamidades masivas, como las guerras a nivel mundial. En situaciones límite es cuando caemos en la cuenta de quiénes somos. Las tres generaciones de los derechos humanos han ido mostrando una humanidad que paradójicamente ve su lado más humano de la mano de una faceta sumamente oscura, un ejemplo de ello son los conflictos bélicos del siglo pasado y de ahora. Basta con mirar que la declaración de los derechos humanos fue promulgada a raíz de lo acontecido en el siglo anterior, y ahora tenemos en nuestras manos, en nuestras voces, la oportunidad de hacer válidos los fundamentos que hacen al hombre ser tal. Y seamos realistas, esto no se da de improviso, es algo que tiene que ir actualizándose. Primero llevando a la práctica tales preceptos de forma sencilla, desde cosas simples, como cambiar ciertas actitudes negativas hacia los demás, erradicar perjuicios. Luego, exigiendo ante la autoridad que se vigile con el debido esmero la aplicación, el cuidado de estos fundamentos. Hay que recordar que el hombre es un ser integral. Es la conciencia, más allá de las diferencias tangibles, la que tutela el obrar en el hombre. Un ambiente armónico proviene del afán contemplativo y de la certeza universal ante los actos que ejecutamos, dígase entonces, que se proceda de buena voluntad, desde el sentir profundo, humanamente. Por su parte, los valores son objetivos en tanto que son aspectos que el individuo participa, por ejemplo, la tolerancia está en tanto que hay individuos que encarnan la tolerancia, que toleran. La paciencia está en el sujeto que la profesa y la ejerce plenamente, o en determinada medida. Vivir los valores resulta un camino propiamente humano. Los valores como fuentes modeladoras de actitudes, de estados mentales, colman al hombre con su expresión. El hombre es ha plenitud al entrar en sintonía con ellos y al sumergirse en un conciencia con sentido universal, holística.
Podemos concluir entonces diciendo que es indudable que siempre estamos cambiando, siempre se modifica algo de nosotros, envejecemos. Nunca somos los mismos en lo periférico, en lo secundario, pero lo que nos hace humanos siempre que sigamos vivos permanece. De está manera los derechos humanos son inalienables, irrenunciables e inherentes a la persona humana. Es así como mientras existan dos seres humanos menester será el respeto mutuo. Cuando vibramos al unísono con la realidad ajena es cuando podemos captar lo que siente otro ser humano y así dar pie a la aplicación de los preceptos que dirigen la realidad de los derechos humanos. Ahora me acuerdo de mi abuelo diciéndome que poco importa lo vivido sino más lo valorado para poder apreciar cada situación como material en la formación de un ser humano único e irrepetible. Así desde mí juventud me proyecto ahora hacia la compresión de la vida, esperando que al llegar a la vejez pueda tener una sensibilidad y entendimiento tales que pueda como mi abuelo y como el incontable número adultos mayores comprender lo importante que son cada una de las etapas por las que pasa el ser humano, y cierro con esa hermosa evocación de igualdad humana que ejercían los mayas al saludarse. En efecto, cuando veamos a otro ser humano seria bueno evocar el saludo maya que enuncia; yo soy otro tú ( In lake ´ch) esperando que nos respondan, tú eres otro yo.

Roberto Fernando Tarratz Rodríguez


Ensayo ganador del primer lugar en el concurso de ensayos sobre los derechos humanos en el adulto mayor, realizado por la CODHEY (comisión de derechos humanos del estado de Yucatán) el 7 de Diciembre 2009, del calendario gregoriano.

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