Se escuchaba a lo lejos la música, era un gran estruendo, ese estridente estruendo que producen las casonas viejas cuando la lluvia y el viento la azotan, crujían puertas y ventanas, pareciera que el cuarto iba a caer. El sol empezaba asomarse a través de las nubes de ese nublado firmamento, y no quería mirar, me daba asco tal espectáculo, me llevaba las manos a al rostro, como si me cubriera de vergüenza y me decía a mi mismo con un evidente dejo de sarcasmo: “¡Alucard!, maravilloso un día más – con un poco más de rabia apagada – ¡un maldito día más! – un poco más calmado quizás - ¡Dios de los cielos porque me azotas con esta vida vacía y sin sentido!, he perdido el sabor a la vida, en verdad me siento muerto en vida, la música de todos los días, sinfonía de una vida sin sentido, la cotidianidad me apresa, como pájaro enjaulado”. Al tiempo de eso escuche el timbre, yo como de costumbre, ignore el llamado, especialmente tan temprano en la mañana – supuse que era temprano. Ignoré e ignore, pero la insistencia era tal, que decidí pararme pero la pesadez de mi cuerpo era tal que juraba estar pegado a la cama, era imposible que me levantara.
Ahora sonaba la puerta y el timbre con tal sincronización, era como una sinfonía estruendosa casi placentera y a la vez molesta, era casi mágico, me perturbaba, me desesperaba, ¡era tremebunda!, me dio un extraño vértigo, quería estallar en gritos y alaridos y más ahora que me invadía aquel recuerdo. Era hermosa esa chica, aquella del bar, cabello castaño oscuro, unos ojos enormes con ese negro brillante, como perlas negras, y ese cuerpo, con esos senos pequeños y firmes y ese culo de ensueño, pero lo que más llamaba mi atención era su cuello, su blanco y sedoso cuello, era una sensación nueva para mí. Hacía tiempo que no estaba con una chica, desde que salí de la universidad supongo, odiaba aquella ciudad, que recuerdos tan asquerosos tengo de esta, aunque había muchas mujeres hermosas.
Me levante, baje las escaleras y me dispuse a la puerta, la abrí, del otro a lado había un mensajero, decía algo de un paquete que enviaban de alguna parte de Europa. Me sorprendí puesto que supiera mi familia tenía centenares de años viviendo aquí en América. Tome el bolígrafo y firme la forma, se despidió con un vulgar - “Buenos días” – que me dieron ganas de ahorcarlo. Me dirigí al sillón más cercano mire el paquete que no tenia nada en especial, color café con algunas cintas del tamaño de una sandia, pesaba como demonios. Me dispuse a buscar el remitente, no lo encontré, me levante y fui a la cocina a buscar un cuchillo, me dispuse abrirla, tenia la mano de un lado y en la otra la punta del cuchillo sumergida en la caja cuando el maullido de un gato me distrajo, y casi hace que me rebane el dedo del susto. Fue una cortada ligera, brotaba mucha sangre, no importaba mucho pues la curiosidad era aun más grande. Abrí la caja, saque un pequeño y pesado cofre, sobresalían unos colmillos en la cerradura, era la boca de una figura de un murciélago, casi humana, demoníaca; entonces quede hipnotizado con los ojos de aquella bestia de bronce hasta que estos empezaron a brillar, me exalte y luego trate de tranquilizarme me dije: “Es solo tu imaginación Alucard no te asustes, no es dormido muy bien estos días”. Con un gran respiro tome valor y abrí el cofre y vi un gran talismán, del tamaño de un puño, pensé que sería bueno venderlo por algo de plata, al fin me hacía mucha falta y no me importaban las reliquias gran cosa, aunque mi casa era un nido de ratas lleno de recovecos. La observe un momento, mi rostro se desfiguraba graciosamente, observe que el talismán estaba algo sucio, la sangre que empezaba a caer de mis manos en su brillante superficie. Me dirigí a la cocina cuando un sonido casi fugaz, un alarido, me hizo voltear hacia el cofre, los ojos del murciélago empezaron a brillar nuevamente, caí en un pánico indescriptible, me respiración era agitada, estaba como roca parado mirándola, mi corazón iba reventar, quise tirar el talismán lejos que también empezaba a brillar al mismo tiempo con una luz intermitente, quemaba, lo sentía adherido a mi mano, gemía de dolor como cuando una de esas tantas perras con las que me acostaba tenía un orgasmo.
No sé en qué momento corrí fuera de mi casa, me encontraba en cuclillas en el patio, me tendí, no podía respirar, todo me daba vueltas esta semi-inconsciente mi visión era turbia, mi boca tenía un sabor raro, como sangre muerta y fresca, pestilente, dolor y sufrimiento sentía en mis entrañas, pero eso no era que me preocupaba, sino el hecho de ver a aquel gato destripado, mis labios mojados y el gran placer que eso me causaba, ¡sentía placer por el dolor!
Dos pastillas para dormir y un vaso de agua es todo lo que dejo el desaparecido Alucard. Todos estamos de acuerdo que era un misterio su fatal muerte. El número cero (extraño número) de la calle once era su hogar, mientras llegaba, las luces de las torretas me asechaban, había niebla y el canto de los buitres se escuchaban al unísono con el sonido de las coladeras, sus garras hacían un ruido infernal, alejaban hasta al más valiente. Indiferente me pare y me baje de mi coche, llegue y la pregunte a la oficial en jefe de la situación, en ese momento me puse a recordar a Alucard. Pálido con esos cabellos rubios como el oro, una tez tostada por el sol, con un presencia que demandaba cierto respeto y ese profundidad de esos ojos azules turquesa, parecía que te miraba con dulzura, pero tenía esa frialdad, como la de un animal asechando a su presa. Hacia un tiempo que había llegado a la ciudad, no era muy grande, y por ende todos se conocían, su inquietante presencia siempre preocupaba a todos. Por petición y convicción propia me acerque a él y entable una pequeña amistad, tomábamos unos tragos en el bar de Raf y platicábamos de música y libros, de nuestros trabajos, trivialidades al fin. “Buen chico” - me decía confundido.
Ahora heme aquí, la escena del crimen era aterradora, “el reino de las huellas” se dispusieron a decirme los forenses. Observe rastros de alguna pelea, huellas de patas como de animales marcadas en la sala con sangre, de garras y manos de personas, era como si un domador de circo hubiera estado entrenando a su mascota y esta se revelara, gran furia.
Era un impecable roba corazones, siempre con estratagemas para conquistar a las chicas; no entendía muy bien su secreto, supongo que era un chico agradable, pero a veces parecía que hipnotizaba a las mujeres y ellas accedían a todos sus caprichos.
Lo más extraño de la escena del crimen era ese talismán rojo, clavado en el corazón del pobre chico, aun no logro comprender que es, para que motivo sirvió y que ritual maldito se llevo acabo para procurar tan sangrienta escena. Su muerte es muy extraña, su cadáver esta bañada de sangre coagulada, su boca llena de sangre, ademas de las mordidas de algún animal, lo rodeaban en todo el cuerpo, es como si lo hubieran hecho explotar. Había algo que no caía en cuenta, y era el orden en que se llevaron acabo los hechos; la lucha se llevo a cabo en la sala (“el reino de las huellas”), pero el cuerpo se encontraba casi al otro lado de la casa en el sótano, el chorro de sangre en medio de la sala delataría que alguien arrastro el cadáver, no había huellas de que alguien lo hubiera arrastrado, todo lo que se había era un camino de gotas y huellas de unos zapatos, parecen del calzado del chico, ¡eso es imposible que alguien se hubiera levantado después de tan sanguinaria masacre, por Dios!. ¡Dios!, estoy exhausto, ese espejo me asusta, me acusa, una gran culpa siento, un miedo aterrador me desbasta cuando miro ese crucifijo donde esta clavado su corazón y en la pared el mensaje: “El plan infernal se ha consumado, el gran maestro a regresado…Drácula”