JUGANDO AL FILÓSOFO
Me he preguntado asiduamente cuál será la causa del constante yerro humano. Tomando en cuenta aquello que llamamos tiempo, pensadores antiquísimos nos brindarían un sin número de soluciones, cada una atendiendo a una parte especifica del hombre, o mejor aún, de una ciencia particular o algo parecido a una filosofía completa, sistemática. No me es posible, al tratar este asunto, primero, no verlo desde un punto de vista particular, subjetivo; es decir, desde lo que contengo en mi mente, vislumbro, deseo, y evoco. Lo propuesto con antelación es lo que han hecho o hacen, todos aquellos que intenta elaborar un sistema filosófico o por lo menos algo que pudiésemos llamar filosofía como tal. Para nadie que ostente una cantidad de conocimiento aceptable contenido en su entendimiento, le parecería extraña la noción que reza que todos los pensadores de antaño y los de la actualidad son la consecuencia de su periodo histórico, visto desde una óptica lineal. Bien sé a dicho anteriormente; el hombre es en parte animal, o mejor dicho; animal racional, famosa sentencia tan citada pero poco comprendida. El hombre da y quita vida, es Dios y siervo, bestia y hombre que piensa ( una propiedad), metafísico y científico, optimista y pesimista. Entre dicotomías, antinomias, dilemas y paradojas, la estructura del mundo nos devela su función. Basta con recordar la imagen de Newton bajo un árbol, aquel hombre de ciencia representativo de su tiempo, hombre ilustrado y en pos de la experiencia que le brindase algún tipo de conocimiento.
Por otro lado, la mente humana tiene una preponderancia sobre el hombre, más aun de lo que se cree. Desde descartes se ha divido entre mente y cuerpo, pero qué tanto consideraríamos esta división en el hombre. La disgregación entre el saber científico y el teológico, fue una característica medular en la edad moderna. La nueva ciencia vio sus bases después del renacimiento. Hay que tomar a consideración que no fue algo que se dio espontáneamente sino que venía proyectándose ya desde le edad media. En algunos pensadores medievales se fue marcando la tendencia a diferenciar entre lo que se presentaba como revelado y lo que podíamos conocer mediante la experiencia directa e inmediata, siempre y cuando, aquel saber, estuviese fundado en la razón natural. El desarrollo de la técnica científica estuvo ligado al mismo periodo de fecundidad intelectual, y no sólo eso, estuvo como lo están hasta el día de hoy todas las ciencias, sujeto a la cultura. La filosofía es producto de la cultura y la misma reflexión alimenta al unísono a toda institución que conforma a la sociedad, la que a su vez ostenta un determina cultura, un afán, un ímpetu, un impulso de acción, una forma de tomar las cosas, un cierto tipo de bienes, de bienes culturales. Para ser más expresos una determinada jerarquización axiológica. Ahora, pues, las ideas que deambulan en una sociedad estable tarde o temprano pueden tomarse de su constante ir y venir por los aires y establecerse, para así predominar sobre estos bienes culturales, sociales, y de esta forma encaminar los pasos del conjunto del los individuos, o por lo menos de sector, a sector, ya que los cambios, en su mayoría se dan paulatinamente. El cambio hacia la instrumentación, hacia el uso de aparatos para conocer con mayor precisión la realidad, no fue drástico, fue lento, necesito de asimilación. Evidente es que la instrumentación estuvo siempre en el hombre, se dio ya desde la antigüedad asiática, hasta en Oriente medio. Pero la elaboración y funcionalidad de herramientas para ampliar el saber en la Europa renacentista tuvo una aire diferente, un carácter peculiar, fue la que impulsaría no sólo la revolución industrial, la cual, acrecentó al sistema capitalista y que en un tiempo generaría la actual globalización, sino además sentó las bases en el método científico, y cimentó un cierto paradigma sobre el proceder teorético-práctico, del conocer humano, de las posibilidades instrumentales e innatas del conocer humano.
Son las ciencias las que nos brindad seguridad sobre los fenómenos reales, sobre el mundo de lo contingente. El saber científico dirige el avance de la civilización en cuanto a tecnología y confort. De primera instancia se puede uno percatar como lo pensadores renacentistas y modernos trataron de acoplar su filosofía a sus creencias, a sus formas de apreciación sobre la realidad. Llegar a la verdad es primordial para aquel que intenta hacer filosofía o ciencia, pero en el transcurso del periplo no se está exento de prescindir precisamente de esos bienes culturales y más aun de la afecciones subjetivas, de lo que radica en el mundo interior del hombre, o sea del individuo, de su visón particular. Por esta razón cuando se defiende que la palabra sagrada y el conocer experiencial no están peleados se está defendiendo ya una idea preconcebida, un bien cultural, entiéndase como una moral, un cierto sentir espiritual. Es que el hombre no sólo es pura materia, las ansias humanas van a lo absoluto a lo impalpable, el anhelo humano muchas veces es inefable, por lo menos así nos llega de primera intención, luego se puede racionalizar o sistematizar, compendiar, y asimilar tal situación definiéndola como espiritual. Las religiones del mundo coinciden con ciertos contendidos axiológicos en sus sistemas cosmológicos, a saber; valores que son como ramas de un mismo árbol. La humanidad tiene en sí la noción en el inconsciente de ciertas formas de conducta indispensables para la óptima convivencia y expresión desde lo interno hasta lo externo. El hombre es un ser de sentido, la razón busca siempre un punto hacia el cual andar. Por eso buscamos en el mundo empírico las bases para nuestra manera ideal de actuar, de vivir. Tal vez sería conveniente pensar más, en una ciencia que pueda comprobar aquel mundo de las “esencias” (o lo que sabemos que está allí pero no podemos percibir de primera vía), en una especie de ciencia espiritual y en espiritualidad científica. En la simbiosis entre éstas dos ramas humanas radica un proceder que se traslada hacia lo ético, y no sólo para el hombre docto en las ciencias , en las especializaciones, sino en el publico general, en los hombres que viven preguntándose cosas inmediatas, y no esas abstracciones que quedan designadas a los filósofos, que no son otra cosa, estos últimos, que hombres que se comprometen con mayor rigor en resolver lo que a todos no incumbe, el sentido de las cosas, del proceder humano, de la vida, de la muerte, el sentido del reposo y de la acción en cualquier género que se le entienda. Aquella ciencia no es exclusiva del científico ordinario sino participante en todo aquel que se cuestione, como expresara bifurcadamente Galileo, a saber; “cómo va el cielo”, y “cómo se va al cielo”. La ciencia debe entenderse holísticamente, como un todo donde hay muchas partes, como la limitación de un horizonte ilimitado. Por eso la ciencia y la fe no están separadas; son la misma cosa, son componentes de una misa realidad, la humana, y más allá de ello; el hombre es componente de una realidad que tiene para ofrecernos cada día algo nuevo.
La ciencia busca también y no debemos olvidarlo, no sólo descubrir sino comunicar, lo descubierto. Hay cosas que no se pueden expresar con palabras, porque los conceptos limitan las experiencias sensibles, por lo tanto en ocasiones nos queda la inefabilidad. De las experiencias, o percepciones sensibles, captamos las perfecciones axiológicas, intelectuales y demás. Es precisamente en la percepción intelectual donde accedemos a la intuición, al significado de las cosas, a las relaciones de una determinada cosa con otra, dentro de la realidad y tal vez hasta en otro mundo posible. Resulta maravilloso, si se permite el superlativo, esbozar el intento, el conato ya, por unificar un entendimiento a nivel global, a nivel humano. Lo seres humanos compartimos una esencia, pero hay que recordar que la multiplicidad es fundamento de la materialidad. El lenguaje comparte un cierto matiz de orden espiritual, por su significatividad y naturaleza. Si no hubiese intelecto y razón, no habrían símbolos, ni signos, los signos se captan en la experiencia sensible, lo símbolos con la intuición, con la idea. En el signo se agota la idea, pero en el símbolo acaece la evocación, una idea nos conduce a otra y nos lleva por el periplo de la sensibilidad activa, en ocasiones conciente y con ímpetu universal. Siguiendo esta misma línea podemos inferir como las confusiones se dan precisamente; por la multiplicidad en el universo discursivo, por las vicisitudes mentales, por los matices de la experiencia sensible dentro de sus ramas objetiva y subjetiva, etc. Para que nosotros, los hombres, logremos entendernos entre tantos conflictos ideológicos, divergencias en el entendimiento, y fluctuación en el aparente pilar estoico de la razón, debemos menester hablar un lenguaje con aires de empatía, de concordia. Todo lo que hay dentro de nosotros se puede comunicar de una u otra forma, cada emoción y pensamiento, con las palabras con las obras, con los gestos o hasta con la plácida calma en el silencio.
Podríamos clasificar algunos lineamientos de los cuales disponemos los hombres para marcar nuestras experiencias desde las cotidianas hasta las más elaboradas, entendiendo así tal ciencia aplicada en la práctica cotidiana, en nuestras acciones habituales:
Sentido del proceder humano: habíamos planteado ya la idea del hombre como un ser de sentido, y es que, la experiencia, la propia observación, y una serie de razonamientos nos facilitan este conocimiento. La razón siempre esta buscando un línea por la cual avanzar, una decisión, una tendencia, una forma por la cual conducirse mediante el poder de la voluntad. Es tan grande el sentido humano que hasta aquel que anuncia que la vida esta desprovista de sentido, sin advertirlo le esta dando ya un sentido a ésta. La propia experiencia de la vida nos enseña, aunque a veces celosamente, la estructura y óptima función del universo y de los distintos seres que hay en él. El micro y el macrocosmos son parte de un todo. En el caso del hombre sus formas de apreciación son las que encuadran el sentido, en general, con el que éste se encamina.
Impulso desde lo interno y reacción debido a lo externo: El punto de apoyo dentro del campo volitivo, reaccionario y accionario en el hombre es la conciencia, el don de ánimo. El don de ánimo es el punto de avance, es el espíritu, que reúne las distintas facetas de la personalidad humana, que se llega a disolver, si esta en un momento de expansión, dentro del auto percepción; esto es dispersar lo contingente y acceder a lo esencial. Es la actividad encendida, plena, de la meta- conciencia, la capacidad de la conciencia para reflexionar sobre sí misma. El impulso interno es sereno, se mueve con la cadencia que dicta el alma, el sustrato cualitativo, que por medio de la repuesta, traslada su sentir a la energía densa, o sea la materia. La reacción debido a lo externo es el hábito mecánico, es la decisión tomada por tendencia mimética o por consenso de la mayoría que influye o persuade, directa o indirectamente al individuo. Reaccionar es moverse en el devenir de forma inconciente. Peso si bien. todos reaccionamos aun ante la respuesta, algo como similar al conductismo o determinismo, somos nosotros los que elegimos el sentido, la valoración interna que va hacia lo externo. Responder es sintonizar la unidad de nuestra mente para actuar óptimamente en la realidad empírica, en la realidad de las impresiones sensibles.
Compendio axiológico impuesto: El valor hacia un objeto determinado no siempre nace desde el sujeto que lo capta, en general, sobre todo a temprana edad, el valor viene desde fuera, es impuesto, se conceptualiza más no se llega a vivencializar. En cambio cuando el valor se asimila en un sentido emotivo, vivencial, llega a ser comprendido, se hace propio e influye ya con mayor profundidad en el aspecto cualitativo del individuo. Lo que se obliga a seguir en ocasiones provoca desordenes psíquicos, atenúa la libertad de la conciencia y limita por ende el campo perceptivo. Aunque si bien no se trata de vivencializar o comprender todos y cada uno de lo valores habidos y por haber, esto por decirlo de algún modo, sino que para ampliar nuestro campo perceptivo y para cambiar nuestras formas de apreciación, para conseguir una verdadera satisfacción en el campo vivencial menester es adentrase en el objeto valorado, vibrar al unísono con él, sopesarlo, y asimilarlo acorde a nuestra circunstancialidad a corto y largo plazo.
Valorización interna de la objetividad: la unidad es la base del manto de la subjetividad. El todo sustenta a las partes. Desde un punto de interconexión y disolución vivencial de la emotividad se llega a la captación, aunque sea momentánea de esa unidad. El sujeto, como conciencia individual se encuentra ante un mundo inteligible, que presenta fenómenos, causas y efectos, nos presenta una gama incontable de experiencias. El estado de ánimo, mental, dirige nuestras decisiones y maneras de encaminar nuestra voluntad, por tanto entre más lucido y sereno se encuentre uno, tanto más se podrá develar la línea ilusoria y contingente de la realidad, lo aparente, y así paulatinamente, con práctica a través de la fuerza del tiempo, se conseguirá conocer más a fondo la causa y los efectos de la cosas, las esencias y las relaciones que guardan estas desde el micro y el macro cosmos. Desde mi punto interior puedo acceder al sentido objetivo de mi ser y al ser de las cosas.
Circunstancialidad subjetiva: la experiencia de vida, se da desde la individualidad. Es desde la multiplicidad de ser donde se experimenta la noción de un universal, de género y especie. Desde una perspectiva de primera persona es como captamos la realidad. En el caso del ser racional, este se puede elevar con su intelecto de orden espiritual por sobre el mundo sensible, navega desde el mundo de las imprenciones al mundo de las esencia, del dato concreto, desde la imagen hasta la abstracción, la separación de las partes, el juicio lógico y la sentencia, afirmar o negar algo sobre la realidad, ya sea interna o externa. La noción más común de realidad, significar delimitar todo lo que es ajeno a mi, todo lo que no soy yo. El no yo es a primera instancia la realidad. Siendo así el sujeto, la pauta para la comprensión de la vida, porque viviendo como hombres es como podemos conocer a ciencia cierta lo que significa ser un ser un ser humano. Cada individuo vive un experiencia de vida particular conforme a sus circunstancias psicológicas, físicas, biológicas, sociales y demás, todo esto englobado en un sentido holistico, en la forma de una vida especifica, incomunicable, e irrepetible en un mismo especio y tiempo. Es la conciencia, más allá de las diferencias materiales, la base de la individual. En el hombre es la conciencia el punto de la subjetividad.
Aspecto psíquico: la psique, el alma humana, es el constructo que reúne en sí misma distintos aspectos que dan forma a la vida del hombre, muchos de ellos, casi la mayoría son contingentes. El alma no es en definitiva un psique producto de procesos físico-químicos en el cerebro, si bien todo el cuerpo humano es un conjunto de funciones, el alma humana es autónoma, es similar a un conciencia que se encentra interactuando y funciona en comunión con un sistema, sea emocional, mental, físico, etéreo, astral, espiritual, celestial, causal y demás. El espíritu es el don de ánimo. Alma y espíritu podrían en ocasiones entenderse como iguales, aunque más que una diferenciación etimológica o lingüística, hay una definición y clasificación real, de hecho. Todo viviente es en último aspecto energía, por tanto al morir esta no muere (la conciencia), esto es signo de que se traslada a otra línea de secuencia espacio-temporal, si pudiéramos llamarle así. El rango de la realidad en cuanto a frecuencias es vasto. La que es limitada es la forma perceptiva con abordamos la realidad. No es que no haya nada más de lo que percibimos sino que no lo captamos a primera vista.
Dado lo anterior podemos mencionar que la experiencia humana se da propiamente a nivel subjetivo, a nivel individual, conforme a las características y especificidades del sujeto al que afeccionan determinadas experiencias. Desde la singularidad es donde nace el punto de encuentro con la experiencia sensible. Hay que tomar en cuenta que el hombre es indiscutiblemente un ser de sentido, porque desde la propia individualidad, desde la conciencia individual es donde el individuo le otorga, como ser racional, y conciente, y cual sea la atención que preste su mente y conciencia, un cierto sentido a la realidad que percibe. Los hombres interpretan lo que captan de la realidad conforme a sus formas de apreciación. Por lo anterior las aprehensiones que tomamos de nuestra atmósfera cognitiva tornan de sentido en sentido, de significado, independientemente de su peso real, ontológico. De ordinario produce, un serio conflicto, la correcta interpretación de cualquier dato sensible que affecciona nuestros sentidos. Sea que en el nivel de los argumentos, en el plano del intelecto podemos lograr definir y proyectar nuestras sensaciones, lo que acaece fisiológicamente en nuestra propia constitución y lo que mentalmente rememoramos o mantenemos en la expectación: el tiempo “mental”, o la sucesión temporal que radica en nuestra mente. Habría que considerar unos principios para entender o mejor dicho englobar las experiencias y las interpretaciones humanas. Tales principios son puntos que fundamentan y estructuran el aspecto de la experiencia humana, o sea; son las condiciones que dan pie a las formas de experimentar lo interno y lo externo.
a) Todo proceder humano tiene como fundamento un movimiento mental.
b) La mente se encuentra en su estado cotidiano en una subsecuente producción de contenidos mentales.
c) El primer momento de la experiencia es el estimulo externo.
d) El segundo momento de la experiencia es la afección, que captan los sentidos.
e) El tercer momento es la interpretación intelectual.
f) Existen varios estadios metales, que se caracterizan por la frecuencia que emiten y las funciones y capacidades que con ellos puede desempeñar el hombre.
Ciertamente si existiera un fundamento en el área del conocimiento humano, por decirlo de alguna forma, seria aquello que la experiencia individual nos proporciona, o sea; la vivencialdad de primera mano. Me refiero a que en las sensaciones están, se encuentran ya un sin número de interpretaciones o maneras de darles sentido. Lo que ocurre es que la ligadura entre la mente como función intangible y la vez motora es innegable. Desde la interpretacacion hasta las expectativas, las distorsiones y las funciones más absolutas y cotidianamente parcelarias de nuestra conciencia, de nuestra voluntad, de lo volitivo. Nosotros lo seres humanos a veces estamos bien y luego mal, pero en qué sentido se dice esto; en la sensación, en el pensamiento en la materia, lo ontológico, lo tangible, lo llamado real. Pero vaya ser el caso que la materia no es otra cosa que energía con un mayor grado de densidad, que lo aquello que los hombres consideramos como energía sutil, porque o no la vemos, o no la sentimos, por lo menos de primera instancia. Cierto es que los instrumentos potencializan nuestros sentidos. También en muy cierto que nuestras percepciones se encuentra en ocasiones atenidas a la ilusoria fuerza del exterior, de lo extramental, lo que llamamos comúnmente como real. Y no sólo eso sino de igual modo lo genético, lo interno lo fisiológico. A vemos algunos que nos desesperamos porque el ambiente social resulta estresante, y nuestra “situación humana”, “la circunstancialidad existencial” a veces nos conduce al “espasmo mental”, a la sensación de vació en el pecho, a la nausea y a la desesperación. Pero eso no es una fuerza potente. Debemos tomar en cuenta que lo único seguro en el mundo material es la ley del cambio, todo en el mundo de la materia, la energía densa y hasta sutil, cambia. Po eso en las antiguas filosofías hinduistas se ha propuesto la idea de que lo que sustenta a la ilusión, a maya, al velo de maya como lo recalcará a su modo Schopenhauer, es lo esencial. Sufrimos como dirían los Buddhistas porque las cosas no se dan como queremos, tal vez, o porque llegamos a pensar que todo está en nuestra contra y eso es ya un error garrafal. Cada vez nos convencemos grupalmente, el mundo entero, de que todo, la base de todo es el mentalismo. Porque la mente puede generar el impulso en sentido literal y figurado. He llegado a pensar que la filosofía no es otra cosa que una especie de psicología fallida y la psicología no otra cosa que un filosofía sin concretar , claro guardando las necesarias distinciones y el debido respeto al lógico y académico proceder de cada una de ellas y de las otras más ciencias. Lo que quiero decir es que desde el punto interno los hombres como seres pensantes conocemos la realidad. La percepción y la fuerza se gestan desde los movimientos internos, desde la mera interiorización. La energía , la vibración, hablando literal y científicamente, cuantificable y calificablemente, las emociones, los tonos de la vida, el sonido son aspectos otorgadores y facultativos de la experiencia humana, la experiencia que ahora todos nosotros vivimos.
Roberto Fernando Tarratz Rodriguez
a) Todo proceder humano tiene como fundamento un movimiento mental.
b) La mente se encuentra en su estado cotidiano en una subsecuente producción de contenidos mentales.
c) El primer momento de la experiencia es el estimulo externo.
d) El segundo momento de la experiencia es la afección, que captan los sentidos.
e) El tercer momento es la interpretación intelectual.
f) Existen varios estadios metales, que se caracterizan por la frecuencia que emiten y las funciones y capacidades que con ellos puede desempeñar el hombre.
Ciertamente si existiera un fundamento en el área del conocimiento humano, por decirlo de alguna forma, seria aquello que la experiencia individual nos proporciona, o sea; la vivencialdad de primera mano. Me refiero a que en las sensaciones están, se encuentran ya un sin número de interpretaciones o maneras de darles sentido. Lo que ocurre es que la ligadura entre la mente como función intangible y la vez motora es innegable. Desde la interpretacacion hasta las expectativas, las distorsiones y las funciones más absolutas y cotidianamente parcelarias de nuestra conciencia, de nuestra voluntad, de lo volitivo. Nosotros lo seres humanos a veces estamos bien y luego mal, pero en qué sentido se dice esto; en la sensación, en el pensamiento en la materia, lo ontológico, lo tangible, lo llamado real. Pero vaya ser el caso que la materia no es otra cosa que energía con un mayor grado de densidad, que lo aquello que los hombres consideramos como energía sutil, porque o no la vemos, o no la sentimos, por lo menos de primera instancia. Cierto es que los instrumentos potencializan nuestros sentidos. También en muy cierto que nuestras percepciones se encuentra en ocasiones atenidas a la ilusoria fuerza del exterior, de lo extramental, lo que llamamos comúnmente como real. Y no sólo eso sino de igual modo lo genético, lo interno lo fisiológico. A vemos algunos que nos desesperamos porque el ambiente social resulta estresante, y nuestra “situación humana”, “la circunstancialidad existencial” a veces nos conduce al “espasmo mental”, a la sensación de vació en el pecho, a la nausea y a la desesperación. Pero eso no es una fuerza potente. Debemos tomar en cuenta que lo único seguro en el mundo material es la ley del cambio, todo en el mundo de la materia, la energía densa y hasta sutil, cambia. Po eso en las antiguas filosofías hinduistas se ha propuesto la idea de que lo que sustenta a la ilusión, a maya, al velo de maya como lo recalcará a su modo Schopenhauer, es lo esencial. Sufrimos como dirían los Buddhistas porque las cosas no se dan como queremos, tal vez, o porque llegamos a pensar que todo está en nuestra contra y eso es ya un error garrafal. Cada vez nos convencemos grupalmente, el mundo entero, de que todo, la base de todo es el mentalismo. Porque la mente puede generar el impulso en sentido literal y figurado. He llegado a pensar que la filosofía no es otra cosa que una especie de psicología fallida y la psicología no otra cosa que un filosofía sin concretar , claro guardando las necesarias distinciones y el debido respeto al lógico y académico proceder de cada una de ellas y de las otras más ciencias. Lo que quiero decir es que desde el punto interno los hombres como seres pensantes conocemos la realidad. La percepción y la fuerza se gestan desde los movimientos internos, desde la mera interiorización. La energía , la vibración, hablando literal y científicamente, cuantificable y calificablemente, las emociones, los tonos de la vida, el sonido son aspectos otorgadores y facultativos de la experiencia humana, la experiencia que ahora todos nosotros vivimos.
Roberto Fernando Tarratz Rodriguez
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